A muchos les parecerá una herejía relacionar amor con deber, pero sólo desde esta consideración es posible entender el amor para siempre y, por supuesto, el matrimonio. El filósofo Kierkegaard escribió lo siguiente: «Sólo cuando existe el deber de amar el amor se garantiza para siempre contra toda alteración; eternamente liberado en feliz independencia; asegurado en eterna beatitud contra toda desesperación».
¿Qué quiso decir con estas palabras? Nos lo explica hoy Raniero Cantalamessa: «El hombre que ama, cuanto más intensamente ama, con mayor angustia percibe el peligro que corre este amor suyo, peligro que no viene de nadie más que de él mismo; bien sabe, en efecto, que es voluble y que mañana, ¡ay!, podría cansarse y dejar de amar. Y como ahora que está en el amor ve con claridad la pérdida irreparable que ello comportaría, he aquí que se previene "atándose" al amor con la ley y anclando así su acto de amor -que sucede en el tiempo- en la eternidad».
Claro está, hablamos de amor verdadero, del amor que tiende a la eternidad, y no de cualquier sucedáneo, y el confundir ambos es lo que puede provocar el rechazo, y en última instancia el fracaso. Continúa Cantalamessa: «El hombre de hoy cuestiona cada vez con mayor frecuencia qué relación puede haber entre el amor de dos jóvenes y la ley del matrimonio y qué necesidad hay de "vincularse" al amor, que es por naturaleza libertad y espontaneidad. Así que son cada vez más numerosos los que tienden a rechazar, en la teoría y en la práctica, la institución del matrimonio, y a elegir el llamado amor libre o la simple convivencia.
»Sólo si se descubre la relación profunda y vital que existe entre ley y amor, entre decisión e institución, se puede responder correctamente a esas preguntas y dar a los jóvenes un motivo convincente para "atarse" a amar para siempre y para no tener miedo de hacer del amor un "deber". El deber de amar protege al amor de la "desesperación" y lo hace "feliz e independiente" en el sentido de que lo protege de la desesperación de no poder amar para siempre. Dame a un verdadero enamorado -apunta Kierkegaard- y verás si el pensamiento de tener que amar para siempre es para él un peso o más bien la suma felicidad.
»Nos ligamos por el mismo motivo por el que Ulises [en La Odisea] se ató al mástil de la nave. Ulises quería a toda costa volver a ver su patria y a su esposa, a quien amaba. Sabía que tenía que pasar por el lugar de las Sirenas, y temiendo naufragar como tantos otros antes que él, se hizo amarrar al mástil después de haber hecho tapar los oídos de sus compañeros. Llegado al lugar de las Sirenas fue seducido, quería alcanzarlas y gritaba para que le soltaran, pero los marinos no oían, y así superó el peligro y pudo llegar a la meta».
No nos engañemos: el que ama y no se compromete hasta el punto de deber el amor, no alcanza la meta.
¿Qué quiso decir con estas palabras? Nos lo explica hoy Raniero Cantalamessa: «El hombre que ama, cuanto más intensamente ama, con mayor angustia percibe el peligro que corre este amor suyo, peligro que no viene de nadie más que de él mismo; bien sabe, en efecto, que es voluble y que mañana, ¡ay!, podría cansarse y dejar de amar. Y como ahora que está en el amor ve con claridad la pérdida irreparable que ello comportaría, he aquí que se previene "atándose" al amor con la ley y anclando así su acto de amor -que sucede en el tiempo- en la eternidad».
Claro está, hablamos de amor verdadero, del amor que tiende a la eternidad, y no de cualquier sucedáneo, y el confundir ambos es lo que puede provocar el rechazo, y en última instancia el fracaso. Continúa Cantalamessa: «El hombre de hoy cuestiona cada vez con mayor frecuencia qué relación puede haber entre el amor de dos jóvenes y la ley del matrimonio y qué necesidad hay de "vincularse" al amor, que es por naturaleza libertad y espontaneidad. Así que son cada vez más numerosos los que tienden a rechazar, en la teoría y en la práctica, la institución del matrimonio, y a elegir el llamado amor libre o la simple convivencia.
»Sólo si se descubre la relación profunda y vital que existe entre ley y amor, entre decisión e institución, se puede responder correctamente a esas preguntas y dar a los jóvenes un motivo convincente para "atarse" a amar para siempre y para no tener miedo de hacer del amor un "deber". El deber de amar protege al amor de la "desesperación" y lo hace "feliz e independiente" en el sentido de que lo protege de la desesperación de no poder amar para siempre. Dame a un verdadero enamorado -apunta Kierkegaard- y verás si el pensamiento de tener que amar para siempre es para él un peso o más bien la suma felicidad.
»Nos ligamos por el mismo motivo por el que Ulises [en La Odisea] se ató al mástil de la nave. Ulises quería a toda costa volver a ver su patria y a su esposa, a quien amaba. Sabía que tenía que pasar por el lugar de las Sirenas, y temiendo naufragar como tantos otros antes que él, se hizo amarrar al mástil después de haber hecho tapar los oídos de sus compañeros. Llegado al lugar de las Sirenas fue seducido, quería alcanzarlas y gritaba para que le soltaran, pero los marinos no oían, y así superó el peligro y pudo llegar a la meta».
No nos engañemos: el que ama y no se compromete hasta el punto de deber el amor, no alcanza la meta.