viernes, 20 de marzo de 2009

El amor en Occidente


Copio un interesante artículo sobre el amor en Occidente:


El amor y Occidente: releyendo a Rougemont

Antonio Martínez

Profesor de Filosofía



Cada lector tiene un tipo particular de relación con su biblioteca. En mi caso, está ampliamente influida por la nostalgia: me gusta contemplar las atestadas estanterías que llenan mi salón, con muchos libros que aún no he leído y otros que leí hace años y cuyo contenido se ha ido difuminando en mi memoria con el paso del tiempo. Entre éstos últimos los hay, además, que en su momento resultaron decisivos para mi evolución intelectual -y más que intelectual-. Así que, de un tiempo para acá, he adquirido el hábito de tomar algunos de ellos y sacar unas anotaciones básicas de sus ideas aprovechando los subrayados que realicé mientras los leía. Esta tarde en concreto le ha tocado a ese clásico que es El amor y Occidente, de Denis de Rougemont.
Para quien no conozca este ensayo: la idea central consiste en que, en el siglo XIII y a partir del mito de Tristán e Isolda, se difunde en Occidente una concepción del amor desconocida tanto para los griegos como para el cristianismo: el amor como pasión que no desea la consumación ni la llegada de la convivencia matrimonial, sino la exacerbación de la pasión amorosa ad infinitum. Como con gran penetración señala Rougemont, el amor-pasión que, luego, tanta fortuna ha hecho en la tradición novelística occidental, más que amar realmente a otra persona, lo que hace es tomar al ser amado como pretexto para amar el amor mismo o, más allá, para amar el gran Todo en un sentido romántico y panteísta. Una civilización infectada por el virus de este tipo de amor nunca se siente satisfecha con la realización concreta del amor a través de la vida matrimonial. Prefiere, más bien, otra cosa: el amor imposible, el amor idealizado, o desgraciado, o simplemente soñado. Como dice Rougemont, ¡Tristán nunca se casaría con Isolda! Y, por lo demás, ¿acaso tendría sentido que se casaran Humphrey Bogart e Ingrid Bergman al final de Casablanca, y que nos los mostraran en casa una apacible tarde de sábado, con él leyendo el periódico y ella preparando la cena para los niños?
No, de ninguna manera: la civilización occidental no se interesa por el amor que pasa la prueba de fuego de la realidad cotidiana. Prefiere una concepción del amor que tiende al infinito, pero que sólo puede existir mientras no se consuma, mientras los amantes no cometen el sacrilegio de unirse matrimonialmente y -¡oh, horror!- convivir. Y el hecho es que esta mentalidad persiste hasta nuestros días y se esconde tras millones de divorcios que, de modo superficial, se atribuye, por ejemplo, a una supuesta “incompatibilidad de caracteres”. El problema es mucho más profundo y está relacionado con las bases espirituales mismas de nuestra civilización, que, en lo tocante al amor, sufre lo que podríamos llamar el “síndrome del amor romántico”: un amor al que se le pide un sentimiento exaltante de infinitud que sólo se mantiene durante cierto tiempo -la conocida fase de “enamoramiento”-, para decaer rápidamente conforme avanza hacia el gris horizonte de la convivencia marital. Surge entonces el desencanto en el que “se rompe” o “se acaba” el amor y “ya no se siente nada por la otra persona”. De aquí a que una recobrada soltería aparezca con los atavíos de lo apetecible sólo media un breve paso.
Rougemont tenía razón: Occidente anda extraviado en cuanto al tema del amor. Nos hemos vuelto analfabetos para el bello arte del matrimonio. Nuestros contemporáneos le piden al amor de pareja más de lo que razonablemente puede dar. Tenemos que volvernos más humildes y retornar a la escuela del amor: aprender que está hecho de silencio, compañía, trabajo, paciencia y comprensión. Y aprender, sobre todo, que no debemos buscar en él un sentimiento de infinitud que está más allá de sus posibilidades.
Si pretendemos convertir el amor en un sucedáneo de la religión, nos decepcionará sin remedio. Como sabiamente decía C. S. Lewis, “Eros sólo deja de ser un demonio cuando deja de ser un dios”. Una esencial verdad de la que no debemos olvidarnos.

1 comentario:

  1. La verdad es que meha llamado mucho la atención este texto. Tengo muchas amigas que tienen novio y que les gustaría tener un amante y cuando le pregunto porqué me dicen que siempre el mismo hombre cansa. La verdad es que yo no lo entiendo porque si tienes pareja es una decisión que día a día renuevas. Es el día a día lo que "cansa" a una pareja y sin embargo: ¿No es el día a día lo que hace que te enamores más? Un amor pasajero es solo eso, pasajero. No marca la vida de una persona , y lo recuerdas brevemente, pero el día a día con la pareja debe ser apasionado a la vez que tranquilo, reconfortante, donde hay un equilibrio entre ambos, y que recordarás toda tu vida. La relación pasajera no llena tu vida, solo hace que te extravies un poco más.

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