lunes, 28 de diciembre de 2009

Reconocimiento de efectos civiles al matrimonio gitano


El Tribunal Europeo de Derechos Humanos reconoce a María Luisa Muñoz, más conocida como 'la Nena', el derecho a una pensión de viudedad por haber estado casada casi 30 años por el rito gitano. La Sentencia, emitida por seis votos a favor y uno en contra, sentará Jurisprudencia y reconoce el derecho de las minorías étnicas a ser tratadas de forma diferenciada para favorecer su integración social.

El Tribunal de Estrasburgo toma como basa el artículo 14 de la Convención de Derechos Humanos donde se establece la prohibición a la discriminación con las siguientes palabras: “El goce de los derechos y libertades reconocidos en el presente Convenio ha de ser asegurado sin distinción alguna, especialmente por razones de sexo, raza, color, lengua, religión, opiniones políticas u otras, originen nacional o social, pertenencia a una minoría nacional, fortuna, nacimiento o cualquier otra situación”.

María Luisa Muñoz, de etnia gitana, con 53 años es madre de 6 hijos y enviudó en el año 2000 tras 29 años de convivencia con su pareja. La unión se celebró por el rito gitano en 1971, cuando María Luisa sólo tenía 15 años, desconociendo que su matrimonio no tenía efectos civiles. El núcleo del problema se encontraba en la constitución de derechos civiles a partir de ritos sin validez jurídica en el Código Civil español, como era el caso del matrimonio gitano. Aunque la legislación española reconoce la singularidad gitana, ese reconocimiento no tenía consecuencias en el derecho civil a efectos de percepción de, por ejemplo, una pensión de viudedad.

Su marido era albañil de profesión y por ello estuvo cotizando a la Seguridad Social durante más de 19 años. Cuando falleció en el año 2000, María Luisa reclamó una pensión de viudedad pero su petición fue rechazada por la Seguridad Social bajo el argumento de que sólo los cónyuges tienen derecho a la misma, y no era el caso de María Luisa, porque su enlace por el rito gitano no estaba reconocido como matrimonio. La mujer emprendió entonces una batalla legal por discriminación que le ha llevado al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo.

En Primera Instancia la Justicia le dio la razón, en una Sentencia de 2002 que estableció que la decisión del Instituto Nacional de la Seguridad Social suponía un tratamiento discriminatorio basado en la pertenencia étnica. Sin embargo la misma se revocó con posterioridad, tanto por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid como por el Tribunal Constitucional, ante el cual se planteó un recurso de amparo.

El Tribunal Europeo le reconoció su pensión con efectos retroactivos y una compensación por daños morales, más un resarcimiento por los gastos de defensa, lo que hace un total de 75.412,56 euros que deberá abonar la Seguridad Social española.

Nada más conocer el fallo del Tribunal, María Luisa expresó su emoción y satisfacción y dijo haber vivido «un sueño con un final feliz». Para el director de la Fundación Secretariado Gitano (FSG), Isidro Rodríguez, la resolución "supone un toque de atención al Tribunal Constitucional que no quiso apreciar discriminación ni tuvo en cuenta las circunstancias en las que se constituyó el matrimonio". "Es importante que las administraciones tengan en cuenta que la vulnerabilidad de las minorías étnicas en sus decisiones judiciales", añadió.


(Autora: Cristina I. Ortega Martos)

martes, 1 de diciembre de 2009

Matrimonio con un difunto


La Ley francesa, si se cumplen una serie de requisitos legales, permite el matrimonio entre una persona viva y una persona fallecida. Dicha Ley fue promulgada en 1959 por mandato del Presidente Charles de Gaulle. El origen de esta Ley se produjo ese mismo año cuando tras reventar la presa de Malpasset, en el sur de Francia, se inundó la localidad de Fréjus produciéndose cientos de muertes. En la ciudad siniestrada vivía una joven, Irène Jodard, quien le suplicó al Presidente poder continuar con sus planes de matrimonio pese a que su novio, André Capra, hubiese fallecido por motivo de la riada. La Asamblea francesa aprobó la Ley que permitía contraer matrimonio con un fallecido para que los vivos pudieran ser declarados viudos oficiales.

Por lo anterior, el artículo 171 del Código Civil francés contiene lo siguiente: “El presidente de la República, puede, por motivos graves, autorizar la celebración de la boda, si uno de los futuros esposos ha fallecido, después del cumplimiento de formalidades oficiales que marcan sin equívoco su consentimiento”.

El pasado día 14 de noviembre, Magali Jaskiewicz, una ciudadana francesa, se casó con una persona ya fallecida, Jonathan, el novio con el que vivió seis años y el padre de sus dos hijas, una de tres años y otra de 18 meses. Jonathan falleció en un accidente de tráfico hace un año, por este motivo no pudo acompañar a su prometida hasta el altar, momento con el que ambos habían soñado según Magali.

La autoridad municipal de Dommary-Baroncourt, ubicada en Lorraine, en el noreste Francia, ofició la ceremonia a título póstumo, con la bendición preceptiva de Nicolas Sarkozy y de acuerdo con todos los requisitos legales. Christopeh Caput, el alcalde que ofició la ceremonia aseguró que la petición de Magali era sólida. Según la legislación francesa, este tipo de bodas son posibles siempre que exista clara evidencia de que planeaban contraer nupcias antes de que uno de ellos falleciera. Magali y Jonathan acudieron al Ayuntamiento para pedir cita para su casamiento dos días antes de que el joven falleciera, se la anunciaron al alcalde del pueblo el 25 de noviembre de 2008. Jaskiewicz demostró a los funcionarios que ella y Jonathan habían vivido juntos desde el año 2004 y que compartían una cuenta bancaria. Además proporcionó una foto del vestido de novia que había comprado para su boda, que fue el mismo que el que lució en su boda póstuma.

Desde el punto de vista burocrático, la novia no adquiere el estado civil de casada, sino el de viuda. Con todo esto Magali pretende además de seguir adelante con sus planes de boda y cumplir el sueño de ambos, afianzar un clima de cierta seguridad para el futuro incierto que se cerniría sobre sus hijas. De este modo, las dos hijas del matrimonio podrán beneficiarse de la herencia paterna y los beneficios sociales pertinentes.

Aunque estas bodas no sean muy frecuentes, se celebran docenas de ellas cada año en Francia, según el Gobierno. Por regla general los matrimonios póstumos suelen ser íntimos y no tienen demasiada publicidad. Otro caso que sorprendió mucho a los medios de comunicación fue la boda de Christelle y Eric en febrero de 2004 a pesar de que el novio, el agente de policía Eric Demichel, había fallecido en septiembre de 2002 por motivo de otro accidente de tráfico, al igual que en el caso de Magali.



(Autora: Cristina I. Ortega Martos)

lunes, 5 de octubre de 2009

La moda de la cohabitación

La cohabitación juvenil está cada vez más socialmente aceptada en Europa y Norteamérica, y en algunos países se ha convertido en un modo alternativo de vida en pareja frente al matrimonio. Pero los datos demuestran que la mayoría de las parejas desean casarse, aunque la cohabitación previa contribuye a retrasar el matrimonio y a hacerlo más frágil.Hasta los años ochenta del siglo XX, la cohabitación, basada sólo en el sentimiento, estaba reservada a sectores marginales de la población o bien a los libertarios que abogaban por el amor sin reglas.Poco a poco, una iniciación sexual cada vez más temprana, junto al retraso de la edad del matrimonio y la desaparición del estigma de la madre no casada han contribuido a la extensión de la cohabitación de los jóvenes.La debilidad del actual vínculo matrimonial ha provocado que se acepte con naturalidad la idea de que la diferencia entre una pareja de hecho y un matrimonio sólo es un papel sin valor, y de que los niños pueden encontrar el mismo ambiente saludable en esas uniones informales.

En países como España la cohabitación ha sido durante muchos años un fenómeno con escasa presencia social. Sin embargo, esta tendencia ha cambiado en la última década. Según un estudio realizado por Pau Miret, profesor de geografía de la Universitat Autònoma de Barcelona, la cohabitación en España pasó de un 12,2% en 2001 a un 24,7% en 2008. Sobre la base de los censos de 1991 y 2001 y la Encuesta de Población Activa correspondiente al primer trimestre del año 2008, el estudio muestra también que la mitad de la población de entre 20 y 39 años convive actualmente en una unión de hecho.
En la mayoría de los países, la cohabitación sigue siendo un fenómeno ligado a la edad. En general, los jóvenes que se encuentran en la veintena prefieren la unión de hecho al matrimonio, porque quieren vivir con su pareja pero no tienen todavía la idea de crear una familia. Sin embargo, a partir de los treinta años, el matrimonio se consolida en todos los tramos de edad como la forma preferida de convivencia.

La situación de cohabitación depende también de la clase social. En Gran Bretaña, el estudio de Anastasia De Waal, Second Thoughts on the Family pone de relieve que la práctica a gran escala de la cohabitación y de la maternidad en soltería está mucho más extendida entre los niveles de bajos ingresos.
De Waal concluía que los gobiernos diseñan sus políticas dando por supuesto que la gente que cohabita lo hace simplemente porque quiere y que esto es un signo de diversidad o, en sentido contrario, de decadencia de los valores familiares. En cambio, ella subraya que hay altos niveles de matrimonio y estabilidad en las familias de clase media y alta, mientras que hay mayores índices de cohabitación, de divorcio y de familias monoparentales entre quienes tienen bajos ingresos y están sumidos en la pobreza estructural. Lo que se llama “familia moderna” sería más bien la familia pobre.

(Tomado de un artículo de Juan Meseguer Velasco, en Aceprensa y Análisis Digital)

lunes, 27 de julio de 2009

Las consecuencias del desenfreno (II)

Y sigue Juan Manuel de Prada con el mismo tema, y otro magnífico y certero artículo:

MENORES Y CRIMEN SEXUAL
JUAN MANUEL DE PRADA

DECÍAMOS en un artículo anterior que es signo distintivo del Mátrix progre combatir farisaicamente las calamidades en sus consecuencias, después de haberlas alimentado en sus orígenes. Así, ante la floración de delitos sexuales perpetrados por menores durante los últimos meses, el Mátrix progre se ha puesto a debatir con entusiasmo y verdadero gusto sobre la extensión del castigo penal a menores. Castigo que nada resolvería; pues los menores con tendencias criminales se tropezarían con la siguiente disyuntiva: o someterse a la ley, renunciando a la consecución de un placer que previamente se les ha pintado con los trazos más apetecibles; o esquivar la ley, consiguiendo con ello el placer ansiado. La ley penal sólo actúa como freno eficaz cuando la preceden frenos morales previos, arraigados en la moral social. Cuando estos frenos fallan, o simplemente dejan de existir, después de haber sido combatidos como rémoras que obstruyen el culto al placer, los menores emplazados ante la disyuntiva de someterse o esquivar la ley elegirán el segundo camino.

Porque detrás de la comisión de estos crímenes sexuales se extiende toda una red de complicidades. Y sólo se logrará acabar con esa red de complicidades mediante una purificación del ambiente moral. Pero un ambiente moral corrompido no se cambia mediante meras reformas legales; su corrupción tiene que ser atacada en sus orígenes. Y habrá de aceptarse que se conseguirá muy poco modificando las leyes si antes no se vigorizan los fundamentos morales. Si a los menores no se les inculca una moral efectiva, pedirles que respeten normas legales cuyo fundamento moral se les ha escamoteado será tanto como pedirles que resuelvan raíces cuadradas sin un conocimiento previo de las cuatro reglas aritméticas. Es el escamoteo de ese fundamento moral lo que provoca la floración hedionda de crímenes sexuales.

Trece años tenían algunos de los muchachos que en estos días nos han sacudido de horror. A esa edad les reparten condones en las escuelas y les ponderan las delicias de la libertad sexual; a cambio, les dicen que tales delicias sólo pueden alcanzarse si son plenamente consentidas por la otra parte. Pero esta barrera del «consentimiento» se torna absolutamente ineficaz, porque previamente se ha desatado una fuerza arrasadora. El efecto de tratar la sexualidad como cosa inocente y natural, decía Chesterton, es que todas las demás cosas inocentes y naturales se empapan y manchan de sexualidad. Y la sexualidad liberada de tabúes e inhibiciones no tarda en convertirse en pasión putrescente que lo anega todo en su marea.

No estamos en presencia de degenerados nacidos por generación espontánea, sino ante una inmensa trama de degeneración ambiental. Los degenerados natos apenas existen; y, cuando el ambiente moral es contrario a la degeneración y sus frenos son poderosos, sus inclinaciones torcidas pueden enderezarse, o siquiera cohibirse. Fuera de unos pocos casos excepcionales, la degeneración requiere una atmósfera favorable, hospitalaria, nutricia. Si a un menor con inclinaciones degeneradas se le inculca una moral laxa que no acepte otra guía que la consecución del deseo; si se le persuade de que la satisfacción de sus apetitos no sólo no constituye un signo de inferioridad, sino que es prueba de saludable madurez; si se le educa sin ninguna base espiritual, de tal modo que en el prójimo no ve sino un organismo diseñado para la obtención de placer, se inclinará cada vez más hacia lo nefando. Pensará, soñará, apetecerá lo nefando; y acabará perpetrando un crimen. Mientras se escamoteen los fundamentos morales que hacen odioso el crimen sexual, de nada servirá el dique del castigo penal; porque las víctimas de los menores degenerados lo son antes de un ambiente social corrompido.

martes, 21 de julio de 2009

Las consecuencias del desenfreno


Si la educación sentimental -por llamarla de alguna forma- dominante lo que hace es invitarnos a la condición animal, pasa lo que pasa, y a ello se refiere este artículo:


BESTIAS BABEANTES DE FLUIDOS

JUAN MANUEL DE PRADA

UNA niña de trece años es concienzuda y sucesivamente violada en Baena por cinco menores (alguno de su misma edad), acaudillados por un joven de veintidós que al parecer había sido su novio; o, dicho con mayor propiedad, que había mantenido anteriormente relaciones sexuales con ella, y que, para evitar que la víctima ofreciese resistencia, la amenazó con mostrar a su madre grabaciones de sus coyundas. En el Mátrix progre, tales bestialidades sirven para que la pobre gente abducida se enzarce en debates estúpidos sobre la conveniencia de extender el castigo penal a los menores; porque es signo distintivo del Mátrix progre combatir las calamidades en sus consecuencias, después de haberlas alimentado en sus orígenes, en lugar de combatirlas en sus orígenes para evitar sus consecuencias. Todo freno legal, por severo y disuasorio que sea, se revela inútil si no lo precede un freno moral consistente: las sociedades sanas se dedican con esmero a fortalecer los frenos morales que inhiben tales conductas criminales; las sociedades enfermas rompen todos los frenos morales y, una vez que los demonios del crimen han sido liberados, se dedican infructuosamente a perseguirlos, como el gallo descabezado persigue su imposible salvación.

Veamos cuál es el clima moral en el que se perpetran crímenes tan aberrantes como este de Baena, propios de una sociedad que ha destruido los frenos morales que garantizan su supervivencia; empezando, por supuesto, por los frenos que velan por los menores. Esa niña violada mancomunadamente ha crecido -como los niños que la han violado- en un clima moral que banaliza los afectos e incita -también desde la propia escuela- a «vivir en plenitud la libertad sexual». Un clima moral que, desde instancias de poder, promueve la ruptura de los vínculos humanos y combate denodadamente la noción de autoridad familiar. Un clima moral azuzado desde la propaganda mediática, donde todo mensaje destinado al público infantil o adolescente escamotea las realidades más nobles de la condición humana y las sustituye por un batiburrillo de risueñas escabrosidades que incluyen, por supuesto, todo tipo de reclamos sexuales. Todo con un propósito evidente de envilecer y pisotear la inocencia de niños y adolescentes, de arrebatarles todo vestigio de pudor, de convertirlos en adultos precoces, en aquellas «tormentas de hormonas» a las que se refería cierto ministro cesante para describir a sus propias hijas; o, dicho más expeditivamente, en bestias babeantes de flujos. Huelga añadir que toda educación que trate de preservar la dignidad de niños y adolescentes, que trate de dignificar su sexualidad balbuciente, evitando su conversión en perros de Paulov que reaccionan al estímulo sexual, es inmediatamente tachada de retrógrada y escarnecida como reliquia de tiempos oscuros y represores; para que, si aún queda algún niño o adolescente que no ha sido desnaturalizado, sienta vergüenza de sí mismo y necesidad de corromperse.

Para formar los caracteres hay que crear primero un clima moral; y también para deformarlos. En un clima moral donde la sexualidad es tratada como cosa inocente, concediéndosele una igualdad con experiencias elementales como el comer o el dormir; donde se exhorta a una festiva promiscuidad; donde niños y adolescentes son educados en la satisfacción primaria del deseo, liberado de tabúes e inhibiciones; donde se preconiza que todo afecto y emoción admite una traducción en «conducta sexual»... es natural que surjan caracteres deformados como el de esos muchachos monstruosos de Baena. Bestias babeantes de flujos contra las que todo freno legal se revelará inútil; pero es signo distintivo del Mátrix progre combatir farisaicamente las calamidades en sus consecuencias, después de haberlas alimentado en sus orígenes.

viernes, 3 de julio de 2009

La tele contra los padres




Esta información apareció en prensa hace unos días:

Adolescentes que viven con padres ignorantes, inmaduros o egoístas; jóvenes que deben asumir responsabilidades que no se corresponden con su edad y que mantienen relaciones sexuales con adultos, que en muchos casos son sus profesores. Estas son algunas de las tramas que la población infantil observa en la pequeña pantalla. Pero, «de todos los programas analizados, los más preocupantes son la serie «Física y Química» que emite Antena 3 y la ya retirada de Cuatro «HKM»», explica el presidente de la Asociación de Usuarios de la Comunicación (AUC), Alejandro Perales. Ambas reúnen todos los valores negativos que se desprenden del estudio presentado esta semana por el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid y la AUC.

Influencia sobre el niño

Los menores, que son fácilmente influenciables, suelen ver televisión sin vigilancia de un adulto, de ahí que El Defensor haya solicitado este estudio de 86 series que cuestionan la figura paterna y que podrían influir en los comportamientos sociales de sus hijos.

El informe de la AUC refleja un público infantil que tiende a identificarse con unos roles sociales -de los protagonistas- cuyos valores no son positivos, y pretende instar a las productoras a que modifiquen los mensajes que transmiten. En este sentido, Alejandro Perales confiesa su pesimismo: Las compañías televisivas «no van a renunciar al beneficio para hacer una programación positiva para nuestros hijos». Utilizan algunos problemas como el sexo, las drogas y el alcohol, para atraerlos banalizando su consumo. «Creo que los adultos envidian a los adolescentes y por eso se les estigmatiza como problemáticos, pero quienes realizan estas series son los adultos», concluye.

viernes, 29 de mayo de 2009

Estar a gusto


El grado de superficialidad del amor en nuestros días hace honor al nombre con que habitualmente se designa a las parejas: relaciones sentimentales. Si se piensa un poco, lo sentimental, que puede ser bonito, no deja de constituir un aspecto abstracto, inaprensible y… caduco. Los sentimientos van y vienen, llegan y pasan, o al menos se transforman, como todo lo que tiene un origen difuso y que no controlamos. Sobre ellos se puede pasar un buen rato, una época dichosa, o vivir un sueño, pero no comprometer dos vidas, construir un hogar o formar una familia, porque sus características son demasiado movedizas para edificios tan sólidos.

Hay una variante de lo sentimental, todavía más frágil y a la vez más egoísta, y lo vemos cuando se describen las relaciones de pareja como un “estar a gusto”. Es habitual que se valore con estas palabras la situación sentimental por la que pasa una persona, incluso es frecuente que ése sea el objetivo que persigue una pareja, como si en vez de casarse con su novio o novia pretendieran comprarse un sofá. Ni el mejor sofá dura toda la vida, y tampoco una relación es inmortal si lo que se quiere de ella es meramente disfrutar, porque con ese planteamiento se están descartando, desde el inicio, los aspectos incómodos o sacrificados de la vida conyugal, que van de suyo, o sea que son inevitables, y quien no esté en disposición de aceptarlos se retractará de su palabra dada al contraer matrimonio.

El colmo de esta idea lo he visto hace un momento, cuando un famoso ha sido preguntado en la tele por la situación de sus hijos, una vez que se ha divorciado. Y su respuesta ha sido que “lo importante es que estén a gusto”. Si a esto se reduce la familia, si a esto se reduce la educación y a esto se reduce el amor, no es de extrañar que cada vez haya menos familia, menos educación y menos amor. No son aspectos compatibles con la sola voluntad de estar a gusto.

lunes, 25 de mayo de 2009

Atracción genética


Se publica hoy la siguiente noticia que descubre un nuevo estudio sobre los condicionantes fisiológicos de la atracción entre sexos (que no sobre el amor, que ya hemos dicho que depende de la libertad y puede superar cualquier condicionante):

¿Qué es lo que hace que nos enamoremos? Un nuevo estudio científico echa por tierra el viejo mito de encontrar a la media naranja y asegura que cuanto más diferente es la genética de dos personas, más probabilidades tienen de elegirse el uno al otro como pareja. Más allá de aficiones comunes, mismas ideas sobre la vida y un proyecto compartido, en cuestión de amores manda una región genética situada en el cromosoma 6. Quizás sea ése el misterio de lo que llaman cuestión de piel, lo que hace que nos sintamos irremediablemente atraidos por alguien. Lástima que no aparezca en el carné de identidad, porque nos ahorraría unas cuantas citas fallidas, mucha energía y bastante tiempo perdido. Se acabó el romanticismo, lo que importa es el cromosoma.

Al menos así lo asegura la profesora Maria da Craça Bicalho, responsable del Laboratorio de Inmunogenética y Histocompatibilidad de la Universidad de Paraná (Brasil), que hoy participa en Viena en la conferencia anual de la
Sociedad Europea de Genética Humana. Un estudio realizado por esta especialista y su equipo -además de científicos son brasileños, así que algo saben del asunto- concluye que las personas tienden a elegir como pareja a otros individuos con diferencias de la región del cromosoma 6 denominada complejo de histocompatibilidad mayor (MHC, en sus siglas en inglés) en vez de a los que son similares, lo que parece ser una estrategia de la evolución para asegurarse una descendencia sana. «El MHC se encuentra en la mayoría de los vertebrados. Juega un importante papel en el sistema inmune y en el éxito de la reproducción. Además de ser un área grande, es extraordinariamente diversa», explica Bicalho.

Estudio de 90 matrimonios

¿Y cómo reconocer al que tiene el MHC distinto y puede ser el amor de nuestra vida? Bueno, aquí la especialista no da grandes pistas. Dice que la preferencia femenina por machos con diferente MHC ha sido comprobada en muchas especies de vertebrados, incluida la humana. También se conoce que esta región cromosómica influye en la selección de apareamiento por las preferencias de un particular olor corporal, así que habrá que guiarse por el olfato. Volvemos a la cuestión de piel.

El grupo de científicos de Bicalho ha estado trabajando en este campo desde 1998. Decidió investigar la selección de parejas en la población brasileña, mientras trataba de descubrir la importancia de la diversidad del MHC. Los científicos estudiaron datos de histocompatibilidad en 90 matrimonios, y los compararon con 152 parejas de control generadas al azar, es decir, que no eran compañeros sentimentales en la vida real. Contaron el número de diferencias de MHC entre las parejas que de verdad estaban juntas y los compararon con el de las virtuales. «Si los genes MHC no hubieran influido en la selección de pareja -explica Bicalho- nosotros habríamos obtenido resultados similares en ambos grupos. Pero descubrimos que las parejas reales tenían significativamente más diferencias del MHC de las que podríamos haber esperado simplemente por azar».

Entre las parejas de MHC distinto cada individuo es genéticamente diferente. Esa elección disminuye el peligro de endogamia (el apareamiento entre familiares) e incrementa la variabilidad genética de los vástagos. Esto supone una ventaja para los hijos, lo que conduce a la estrategia de evolución que evita el incesto en humanos y fomenta la eficiencia del sistema inmune.«Aunque es tentador pensar que los humanos eligen a sus parejas por sus similitudes, nuestro estudio muestra claramente que son las diferencias las que facilitan la reproducción, y que el instinto subconsciente de tener hijos sanos es importante cuando elegimos un compañero», subraya la especialista.

La investigación también muestra que las parejas con similares genes MHC tuvieron intervalos más largos entre los nacimientos de sus hijos, lo cual «podría implicar abortos tempranos que ha pasado desapercibidos». Los científicos creen que sus descubrimientos ayudarán a comprender los problemas de fertilidad, en la concepción y durante el embarazo.

martes, 14 de abril de 2009

Bodas ridículas




Sí, lo que se ve en la imagen es una boda estilo “La guerra de las galaxias”. No es la única, las hay para todos lo gustos –generalmente con inspiración cinematográfica–, y en estas celebraciones incluso los invitados se unen al motivo disfrazándose como en carnaval.

No sé si esto se llama una boda “de género”. De lo que no hay duda es de su ridiculez. En cuanto a boda, claro está, porque por lo demás yo también soy fan de Star Wars y del Señor de los anillos, y no me importaría jugar a ello un rato. Pero una boda de disfraces es más que extravagante, y me hace dudar mucho de la seriedad de la celebración (que conste que la doctrina Jedi es religión en algunos países, pero eso es otra cuestión, no menos ridícula).

No era bastante con casarse en vaqueros y en la playa, aquello sólo era el principio; luego vinieron las bodas en paracaídas o bajo el agua; y ahora la moda es ésta, rizando el rizo. Muy sintomático de la valoración social del matrimonio, o de cierta valoración cada vez más extendida, como una especie de juerga o acontecimiento festivo y empalagoso que ni quita ni pone nada al amor de una pareja, pero es la perfecta excusa para celebrar su cariño con los amigotes.

Una cosa es que una boda tenga su fiesta, que debe tenerla, porque hay mucho que celebrar, y otra que se reduzca a pura diversión. Porque en ella se fija un compromiso, que da lugar a un vínculo, y se pretende que a una familia, que es cosa seria y de gran repercusión. Claro que si esto no está en la boda, entiendo que no se tome en serio; pero entonces tampoco entiendo qué es lo que se celebra (imagino que tampoco esos contrayentes entienden lo que es el matrimonio, y lo confunden con una mascarada).

Hace tiempo que vengo comprobando, casi sin error, que existe una relación directamente proporcional entre la cantidad de estupideces y pasteleos que rodean una boda y el fracaso del matrimonio (a mayor número, más rapidez en alcanzarlo).

martes, 7 de abril de 2009

Amor libre


A casi cualquiera que le hablen de amor libre pensará en otra cosa... distinta a lo que me refiero aquí. No hablo de dejar que los impulsos amorosos decidan por uno, y que lo arrastren de una a otra relación, sin vincularse seriamente con ninguna, al modo que defendían los viejos hippies...

No hablo de eso porque realmente aquello no es amor libre. Ni amor, ni libre. No es amor, porque no se define en función de la entrega y el sacrificio, sino únicamente por la apetencia y el capricho. No es libre porque no hay decisión ni compromiso, sino un mero dejarse llevar.

El amor debe ser libre para ser verdadero amor. Y no consiste esto en acostarse con cualquiera que nos atraiga, sin las mal llamadas "cadenas" del compromiso. El amor libre es el que supera la fase puramente emocional del enamoramiento para, con ese mismo impulso, ir más allá, hacia un horizonte de proyectos en común que sólo puede alcanzarse si la relación se refuerza con el compromiso. Ese compromiso, sobre todo si se llama matrimonio, es la expresión más clara de libertad que se puede señalar en el terreno de la pareja. Es una decisión, no un mero dejarse llevar, que además inicia de propia voluntad lo que será la futura vida en común y todo lo que contiene como fines. Pero, claro, para que sea libre el matrimonio debe de haberse contraído con un consentimiento liberado de presiones, miedos y coacciones.

domingo, 29 de marzo de 2009

Amor y deber


A muchos les parecerá una herejía relacionar amor con deber, pero sólo desde esta consideración es posible entender el amor para siempre y, por supuesto, el matrimonio. El filósofo Kierkegaard escribió lo siguiente: «Sólo cuando existe el deber de amar el amor se garantiza para siempre contra toda alteración; eternamente liberado en feliz independencia; asegurado en eterna beatitud contra toda desesperación».

¿Qué quiso decir con estas palabras? Nos lo explica hoy Raniero Cantalamessa: «El hombre que ama, cuanto más intensamente ama, con mayor angustia percibe el peligro que corre este amor suyo, peligro que no viene de nadie más que de él mismo; bien sabe, en efecto, que es voluble y que mañana, ¡ay!, podría cansarse y dejar de amar. Y como ahora que está en el amor ve con claridad la pérdida irreparable que ello comportaría, he aquí que se previene "atándose" al amor con la ley y anclando así su acto de amor -que sucede en el tiempo- en la eternidad».

Claro está, hablamos de amor verdadero, del amor que tiende a la eternidad, y no de cualquier sucedáneo, y el confundir ambos es lo que puede provocar el rechazo, y en última instancia el fracaso. Continúa Cantalamessa: «El hombre de hoy cuestiona cada vez con mayor frecuencia qué relación puede haber entre el amor de dos jóvenes y la ley del matrimonio y qué necesidad hay de "vincularse" al amor, que es por naturaleza libertad y espontaneidad. Así que son cada vez más numerosos los que tienden a rechazar, en la teoría y en la práctica, la institución del matrimonio, y a elegir el llamado amor libre o la simple convivencia.

»Sólo si se descubre la relación profunda y vital que existe entre ley y amor, entre decisión e institución, se puede responder correctamente a esas preguntas y dar a los jóvenes un motivo convincente para "atarse" a amar para siempre y para no tener miedo de hacer del amor un "deber". El deber de amar protege al amor de la "desesperación" y lo hace "feliz e independiente" en el sentido de que lo protege de la desesperación de no poder amar para siempre. Dame a un verdadero enamorado -apunta Kierkegaard- y verás si el pensamiento de tener que amar para siempre es para él un peso o más bien la suma felicidad.

»Nos ligamos por el mismo motivo por el que Ulises [en La Odisea] se ató al mástil de la nave. Ulises quería a toda costa volver a ver su patria y a su esposa, a quien amaba. Sabía que tenía que pasar por el lugar de las Sirenas, y temiendo naufragar como tantos otros antes que él, se hizo amarrar al mástil después de haber hecho tapar los oídos de sus compañeros. Llegado al lugar de las Sirenas fue seducido, quería alcanzarlas y gritaba para que le soltaran, pero los marinos no oían, y así superó el peligro y pudo llegar a la meta».

No nos engañemos: el que ama y no se compromete hasta el punto de deber el amor, no alcanza la meta.

miércoles, 25 de marzo de 2009

El efecto Hollywood


Copio un artículo de la escritora Carmen Posadas, muy relacionado con todo lo que estamos viendo en torno a la educación sentimental:

El efecto Hollywood

Mi hija Jimena volvió furiosa del trabajo el otro día. Por lo visto, en plena hora punta tuvieron que cortar el servicio de metro durante cuarenta y cinco minutos porque un tipo se había acostado en las vías y se negaba a levantarse a menos que su novia (allí presente) le prometiera volver con él. Lo curioso del caso es que cuando he contado la anécdota por ahí, la mayoría de mis interlocutores tendía a comentar cosas como: “¡Pero qué romántico, supongo que ella se habrá quedado embelesada!”, o “¡Qué bonito es el amor!”. ¿Bonito? Qué quieren que les diga, a mí me parece una majadería descomunal que alguien monte semejante numerazo, trastorne el normal funcionamiento de un servicio público y, más aún, que someta a una persona a chantaje sentimental de tal calibre. Todo esto me hace reflexionar sobre algo a lo que vengo dando vueltas desde hace tiempo y es cuán influenciados estamos por un cierto romanticismo barato y elemental que hace que confundamos el amor con un sentimentalismo tontorrón. Para mí la culpa la tiene Hollywood. Sí ya sé que parece un boutade, pero estoy segura de que ese panoli de la vía del metro se creía Tom Hanks en una comedia romántica, o Tom Cruise, o Keanu Reeves. Lo que no sabe el panoli en cuestión es que la vida real no es Hollywood y que, a diferencia del cine, la película de su vida no se acaba cuando su novia del metro, abrumada por la situación le diga “Sí, acepto que volvamos, venga, Manolo levántate de la vía” y le dé un beso. No, la películas de la vida real tienen la mala costumbre de seguir después del beso de reconciliación y lo más probable es que el mes siguiente, una vez pasado el efecto metro, lo vuelva a plantar como una lechuga. Lo malo es que todos sabemos que las cosas no son como en el cine, pero no podemos sustraernos al efecto Hollywood, que ataca a hombres y a mujeres, a personas cultas e incultas, a tontos y a listos porque en el fondo todos tenemos necesidad de que las cosas sean más sencillas, más “rosas” y que la vida tenga finales felices.

Pero la gran paradoja del asunto es que la vida no tiene finales felices, o mejor dicho, sólo los tiene para los que no buscan soluciones a corto plazo como el tontaina del metro que piensa que con montar un numerito ya está demostrando su amor incondicional y que es un tipo romántico y sensible. Porque lo que no sabe ese tipo es que el amor es otra cosa. El amor no son gestos, ni escenas de comedia romántica ni otras zarandajas. El amor, como decía Saint Exupéry en El principito, es una flor muy frágil y caprichosa que hay que regar todos los días para que no se marchite. Los que creen en el amor tipo Hollywood piensan que pareja y mortaja del cielo bajan y que, después a ellos no les corresponde hacer nada por mantener viva la llama amorosa. Piensan, además, que como ellos aman tanto, todo lo que no funcione es culpa del otro; es el otro el que está en falta, el egoísta, el malo. Pero el amor es un oficio, hay que trabajárselo o, mejor aún, hay que alimentarlo a diario. Y no con escenitas histriónicas ni con reproches y luego teatrales reconciliaciones; eso está muy bien para llorar en el cine mientras se come palomitas y se achucha al novio o a la novia. El alimento del amor es mucho menos “cinematográfico” y mucho más gris, pero también más eficaz. Está en verbos muy bellos como comprender o renunciar. Y también en otros más feos como negociar o contemporizar. Los ingleses dicen que se necesitan dos para bailar el tango o el vals y yo creo que lo mismo puede decirse del amor. Si esperamos a que sea el otro el que dé los pasos y nosotros sólo dejarnos llevar, lo más probable es que acabemos llenos de pisotones. El efecto Hollywood hace que, desde fuera, en una relación amorosa de película todo parezca sincronía, ritmo y belleza, como en un vals de Fred Astaire y Ginger Rogers. Pero, a mi modo de ver, en el amor, como en los pasos de esa famosa pareja de baile, detrás de tanta armonía y coordinación hay muchas horas de trabajo y de sudor compartido. Creo que en lo único que se parecen los amores reales a Hollywood y su fábrica de sueños es que mantenerlos requieres mucho hard work, es decir, currárselo todos los días.

viernes, 20 de marzo de 2009

El amor en Occidente


Copio un interesante artículo sobre el amor en Occidente:


El amor y Occidente: releyendo a Rougemont

Antonio Martínez

Profesor de Filosofía



Cada lector tiene un tipo particular de relación con su biblioteca. En mi caso, está ampliamente influida por la nostalgia: me gusta contemplar las atestadas estanterías que llenan mi salón, con muchos libros que aún no he leído y otros que leí hace años y cuyo contenido se ha ido difuminando en mi memoria con el paso del tiempo. Entre éstos últimos los hay, además, que en su momento resultaron decisivos para mi evolución intelectual -y más que intelectual-. Así que, de un tiempo para acá, he adquirido el hábito de tomar algunos de ellos y sacar unas anotaciones básicas de sus ideas aprovechando los subrayados que realicé mientras los leía. Esta tarde en concreto le ha tocado a ese clásico que es El amor y Occidente, de Denis de Rougemont.
Para quien no conozca este ensayo: la idea central consiste en que, en el siglo XIII y a partir del mito de Tristán e Isolda, se difunde en Occidente una concepción del amor desconocida tanto para los griegos como para el cristianismo: el amor como pasión que no desea la consumación ni la llegada de la convivencia matrimonial, sino la exacerbación de la pasión amorosa ad infinitum. Como con gran penetración señala Rougemont, el amor-pasión que, luego, tanta fortuna ha hecho en la tradición novelística occidental, más que amar realmente a otra persona, lo que hace es tomar al ser amado como pretexto para amar el amor mismo o, más allá, para amar el gran Todo en un sentido romántico y panteísta. Una civilización infectada por el virus de este tipo de amor nunca se siente satisfecha con la realización concreta del amor a través de la vida matrimonial. Prefiere, más bien, otra cosa: el amor imposible, el amor idealizado, o desgraciado, o simplemente soñado. Como dice Rougemont, ¡Tristán nunca se casaría con Isolda! Y, por lo demás, ¿acaso tendría sentido que se casaran Humphrey Bogart e Ingrid Bergman al final de Casablanca, y que nos los mostraran en casa una apacible tarde de sábado, con él leyendo el periódico y ella preparando la cena para los niños?
No, de ninguna manera: la civilización occidental no se interesa por el amor que pasa la prueba de fuego de la realidad cotidiana. Prefiere una concepción del amor que tiende al infinito, pero que sólo puede existir mientras no se consuma, mientras los amantes no cometen el sacrilegio de unirse matrimonialmente y -¡oh, horror!- convivir. Y el hecho es que esta mentalidad persiste hasta nuestros días y se esconde tras millones de divorcios que, de modo superficial, se atribuye, por ejemplo, a una supuesta “incompatibilidad de caracteres”. El problema es mucho más profundo y está relacionado con las bases espirituales mismas de nuestra civilización, que, en lo tocante al amor, sufre lo que podríamos llamar el “síndrome del amor romántico”: un amor al que se le pide un sentimiento exaltante de infinitud que sólo se mantiene durante cierto tiempo -la conocida fase de “enamoramiento”-, para decaer rápidamente conforme avanza hacia el gris horizonte de la convivencia marital. Surge entonces el desencanto en el que “se rompe” o “se acaba” el amor y “ya no se siente nada por la otra persona”. De aquí a que una recobrada soltería aparezca con los atavíos de lo apetecible sólo media un breve paso.
Rougemont tenía razón: Occidente anda extraviado en cuanto al tema del amor. Nos hemos vuelto analfabetos para el bello arte del matrimonio. Nuestros contemporáneos le piden al amor de pareja más de lo que razonablemente puede dar. Tenemos que volvernos más humildes y retornar a la escuela del amor: aprender que está hecho de silencio, compañía, trabajo, paciencia y comprensión. Y aprender, sobre todo, que no debemos buscar en él un sentimiento de infinitud que está más allá de sus posibilidades.
Si pretendemos convertir el amor en un sucedáneo de la religión, nos decepcionará sin remedio. Como sabiamente decía C. S. Lewis, “Eros sólo deja de ser un demonio cuando deja de ser un dios”. Una esencial verdad de la que no debemos olvidarnos.

lunes, 16 de marzo de 2009

Sueños de un seductor

Voy a poner un ejemplo poco sutil de educación sentimental, en este caso a través del cine. Se trata de una película protagonizada por Woody Allen, "Sueños de un seductor" (Play it again, Sam), donde interpreta al típico fracasado ridículo, que en este caso además es un ferviente admirador de Humphrey Bogart y de sus películas, hasta el punto de que se imagina al actor dándole consejos sobre cómo tratar a las mujeres, al estilo de un tipo duro. Este ejemplo concreto podría valer para otros más cercanos a nosotros, así que pensemos en qué medida, consciente o inconscientemente, imitamos comportamientos (y también anhelos) cuando nos enfrentamos al amor y a las relaciones de pareja. Inserto cuatro vídeos:







miércoles, 11 de marzo de 2009

Prensa del corazón


Pego un fragmento de un artículo del psiquiatra Enrique Rojas, en que habla de la negativa influencia de la prensa del corazón en la educación sentimental de la sociedad:

Las revistas del corazón son el mínimo común de la cultura de masas. Ya que todos tienen acceso a él. La gente sueña con las andanzas de los otros y se convierte en amigo y familiar y conocido. Estas revistas no te exigen nada, ni te obligan a preguntarte nada. En la publicación escrita el 90 por ciento son fotos y sólo un 10 por ciento es de texto, lo cual ya da una idea de lo que es su contenido. En las que se sirven en televisión, suele haber una serie de contertulios, maestros en el arte de chismes y cotilleos, que ofrecen noticias verdaderas, falsas o deformadas, que son trivialidades de mujeres sin cultura, que hoy han hecho fortuna y enganchan con sus garras y producen una especie de encantamiento. El aire pesa inmóvil y el auditorio queda atrapado en unas sutiles redes de afirmaciones y confirmaciones, trasegando retazos de vidas huecas y sin brújula.

A los que llevan una vida gris, les ayuda a participar en la vida de «la gente importante» y codearse con ellos. Son sueños y fantasías que necesitan tener un final triste, para que el formato de entrega sea completo. ¿Porqué interesa tanto esto, qué carga curiosa tiene ese hurgar en parejas rotas? Interesa la vida afectiva ajena siempre que exista ruptura, desunión, escándalo. ¿Por qué tiene que ser de ese modo? Interesa lo morboso, arrastra, empuja a una curiosidad dañina, que tira de nosotros y nos traslada a una escena romántica con todos sus ingredientes. Vida sentimental expuesta con amplitud, rotura de sus hilos principales y drama con todos sus ingredientes.

Muchas cosas de la vida se mueven como un juego de contrastes. Para ver las cosas claras es menester haberlas visto antes muy oscuras. Sólo apreciamos la salud después de una enfermedad. La felicidad es mayor después de una prueba dolorosa y humillante que ha sido superada. El amor que se ha roto llegó con ceguedad y se fue dejando lucidez. Los consumidores de este género disfrutan con las historias que se cuentan y es fácil verse cogido en ellas. ¿Por qué? Hay un fenómeno contagioso que conduce a influir en la forma de pensar de la gente del pueblo, que va aceptando gradualmente los cambios en los modos de pensar y de vivir los sentimientos. Esto me parece de una importancia evidente. En una sociedad que lee poco, por falta de hábito y por la explosión de televisión, vídeos y cine, ello comporta un influjo enorme de esos programas y magazines.

La prensa del corazón es una subcultura a base del streeptease sentimental de los famosos. No llega a cultura porque no enriquece, ni hace mejor al que se adentra por esos bosques, ni le lleva a madurar más, sino que deja una secuela agridulce, que se diluye hasta la siguiente noticia... produciéndose de ese modo necesidad de sorpresas permanentes, una montaña rusa que va idolatrando esos sucesos inéditos sobre quién ha sido el último en romper su vida conyugal: hay en esa pasión sorpresa y frases que se hacen coloquiales: «qué me estas diciendo, quien podía imaginarlo, parecían un matrimonio bastante unido, ya se comentó hace tiempo, ella no le aguantaba a él, se veía venir, a mi él nunca me gustó» y un largo etcétera lleno de frases estelares.

Idolatría neurótica y enfermiza por conocer los trozos rotos y sus porqués de las vidas sentimentales que han saltado por los aires. Hay detrás de ello: cansancio del propio horizonte, la necesidad de satisfacer unos ratos viendo todo eso para neutralizar la vida personal más o menos anodina o también, contrapesar y nivelar las desgracias de uno con esos dibujos desdibujados.

domingo, 8 de marzo de 2009

Bodivorcio

Quizá no falte tanto para que acabe pasando esto...


sábado, 21 de febrero de 2009

Ciencia y sentimientos


El amor se ha convertido, desde hace tiempo, en objeto de investigaciones que se dicen científicas, hasta el punto de que se ha llegado a hablar de una «neurología del amor». Con esta premisa, algunos pretenden encontrar una fórmula que permita descubrir un «elixir bioquímico del amor». Con este fin, ciertos investigadores se dedican a convertir las emociones en cadenas de procesos bioquímicos, analizan neurotransmisores, identifican reacciones que se relacionan con sentimientos de cariño, etc. El papel de feromonas, dopaminas y vasopresinas cobra un nuevo y «romántico» aspecto.

El objetivo podría ser el de tratar de reproducir esos procesos de forma artificiosa, al modo de los brebajes de míticos hechiceros; crear, si se puede decir así, «pociones para enamorar», o para enamorarse. Por supuesto, se parte de experimentos con animales, con los que se establecen automáticamente comparaciones que ponen a hombres y mujeres en el nivel de lo instintivo.

Habría otra variante de estas investigaciones, la genética, que permitiría averiguar con anticipación la estabilidad amorosa de las personas. Un test genético proporcionaría entonces las pistas necesarias para confirmar la fiabilidad de una persona antes de establecer con ella una relación de pareja.

Todo esto, que se apunta aquí meramente, provoca algunas preguntas: Lo que estudian estos científicos, ¿es realmente amor? Por otro lado, ¿dónde quedaría la libertad en todo este asunto?