lunes, 31 de mayo de 2010

El amor y las matemáticas


José Manuel Rey, profesor del Departamento de Análisis Económico de la Universidad Complutense de Madrid ha elaborado un modelo matemático en el que emplea la Segunda Ley de la Termodinámica y ecuaciones de control del ámbito de la ingeniería para explicar la razón de las rupturas de las relaciones amorosas. Según sus resultados, mantener el amor a largo plazo «es algo muy costoso y, con excepciones, casi imposible».

El trabajo del profesor ha sido publicado en una revista científica y utiliza como fundamento lo que los psicólogos llaman la segunda ley de la termodinámica de las relaciones sentimentales. “En el mundo de la física, un recipiente que está caliente tiende a enfriarse de manera espontánea si nadie lo mantiene con calor; con las relaciones pasa lo mismo, hay que cuidarlas”, explica el profesor. El investigador aplica la teoría del control óptimo para conocer cómo debe ser ese esfuerzo.

La fórmula matemática razona la causa de las rupturas. Para empezar, “la manera de regar el jardín, de mantener nuestra relación, es muy particular. Cada pareja debe descubrir su patrón específico, que no es evidente”, comenta Rey. También añade que “uno debe conocer cuánto está dispuesto a esforzarse por mantener la relación... Esto es perverso, porque sea lo que sea, siempre será insuficiente” y expone que “cuando uno se esfuerza algo menos, hay una inercia a la dejadez”.

El modelo es bastante desalentador, “especialmente si lo aplicamos a la sociedad en la que vivimos, en la que prevalecen las políticas de poco esfuerzo y mucha recompensa”, medita José Manuel Rey. A pesar de todo, siempre queda una ventana abierta a la esperanza. “Hay personas que lo consiguen, pero si preguntas a las parejas que llevan 40 años juntas y felices, seguro que no te van a decir que ha sido gratis”.

Otros investigadores con anterioridad también han estudiado la curiosa relación entre el amor y las matemáticas. Un profesor universitario australiano, Tony Dooley, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, también llega a la conclusión de que la gestión del amor se guía por una fórmula matemática. El amor entendido en sentido estricto, no el amor pasajero sino el que desemboca en el matrimonio. El cálculo se hace a partir de dos variables: la edad a la que persona comienza a buscar pareja estable y la edad máxima a la que quiere casarse.

Paul Diffloth, matemático y sociólogo, autor de “Ensayos sobre la matemática del amor” (1907), apuntaba que la duración de un amor depende de la importancia relativa de los dominantes: corazón, sentidos, espíritu.

Por último, cabe plantearse si es el amor como sentimiento es el único que se configura como un componente más que se deja llevar por la lógica de las matemáticas quedando inmerso en las reglas algebraicas o de probabilidad, por ser aleatorio o si cabría incluir el amor como virtud, el de entrega sin esperar nada a cambio, que deja su carácter de sentimiento para convertirse en una constante.



(Autora: Cristina I. Ortega Martos)

martes, 4 de mayo de 2010

El mito del amor romántico



A continuación se expone, a modo de ejemplo, un extracto de un artículo reciente del Licenciado en Derecho y analista de tendencias sociales, Juan Meseguer Velasco, que nos plasma una perspectiva del concepto de matrimonio a lo largo del tiempo y nos puede servir de entrada para iniciar nuestros propios debates al respecto.

“El matrimonio es una institución maravillosa, pero ¿quién desea vivir en una institución?”. La pregunta de Groucho Marx sintetiza bien el sentir de una época.


En el pasado, se daba por hecho que el matrimonio es una institución social pensada sobre todo para proteger a los hijos. Tenían claro que el matrimonio no es sólo ni de manera esencial un asunto de sentimientos.
Sin embargo, a partir de los años sesenta del siglo pasado, muchos empezaron a considerar el matrimonio como un proyecto individualista que no guardaría relación con la descendencia sino principalmente con el logro de la satisfacción personal.


El ideal del amor romántico surgió a finales del siglo XVIII como reacción a los matrimonios que algunas familias de la nobleza imponían a sus hijos para mejorar su posición social.
Frente a esta visión del matrimonio en la que predominaban las consideraciones económicas o sociales, el romanticismo tuvo el acierto de recordar –como había hecho siglos antes el cristianismo– que el matrimonio debía estar ligado al amor, el respeto mutuo y la igualdad.
Pero en el siglo XX, el ideal del amor romántico adquirió un nuevo significado. A partir de la revolución sexual de los años setenta, se usó como bandera para cuestionar la propia institución del matrimonio.

Pensadores como Sartre, Marcuse o Wilhelm Reich presentaron el matrimonio como una “cárcel del amor”.

Los cambios culturales e ideológicos de los años setenta se reflejaron pronto en el campo del derecho. Una vez liberalizado el divorcio, se produjo un proceso de “desjuridificación” del matrimonio. Con ello aumentó la creencia de que el matrimonio es una simple relación afectiva entre dos adultos.


Amor sin compromiso
Uno de los autores que más han analizado esta visión del matrimonio es Anthony Giddens. El sociólogo británico detectó: “La total separación entre enamoramiento, como sentimiento de atracción hacia otra persona, y compromiso moral y jurídico de fidelidad a esa persona”.
Unido a lo anterior está la idea de que los cónyuges son libres de dar forma a su unión y de establecer el tipo de vínculo que quieran.

Como explica Ulrich Beck, en la nueva versión del amor romántico no hay normas externas a la pareja. “Todo se presenta en forma de ‘yo’.


Contrato de convivencia
Sobre este presupuesto, algunos autores dan por hecho que el matrimonio es un simple contrato de convivencia. “El matrimonio-pareja –escribe Julio Carabaña– es un fin en sí; existe sólo para sus contrayentes


Crecientes expectativas y descontento
Se suponía que esta nueva versión del amor romántico –que ahora se identifica con el matrimonio fácilmente disoluble– iba a traernos mayores cotas de satisfacción personal, pero lo cierto es que sólo ha logrado aumentar las tasas de divorcio. Esta es la paradoja que muestra la historiadora estadounidense Stephanie Coontz , poco sospechosa de conservadurismo.


Divorcios arbitrarios
El sociólogo norteamericano W. Bradford Wilcox también ha vinculado el nuevo ideal del amor romántico con el auge del divorcio moderno, en un artículo que ha suscitado mucho interés en los foros académicos de Estados Unidos. Wilcox comienza sintetizando diversas investigaciones que muestran los daños del divorcio en los hijos. En concreto, los hijos de padres divorciados tienen “entre dos o tres veces más riesgo de sufrir patologías sociales o psicológicas serias que los hijos cuyos padres siguen casados”. “Cuando los hijos ven que sus padres se divorcian por la sencilla razón de que se han distanciado (…), la confianza de los niños en el amor, el compromiso y el matrimonio suele hacerse añicos”.
Además, como recuerda Wilcox, hay que tener en cuenta el sufrimiento que produce en los adultos la sensación de un divorcio arbitrario. “Un divorcio injusto puede llevar a un declive emocional, dificultades en el trabajo y a un deterioro serio en la calidad de sus relaciones con sus hijos”.


Pierden más los pobres
Llegados a este punto, Wilcox plantea la hipótesis principal de su artículo: la sustitución del modelo institucional de matrimonio por otro basado solamente en la afinidad de la pareja ha contribuido a que quienes tienen menos recursos –emocionales, sociales y económicos– estén más expuestos a que se hunda su unión, y por lo tanto perciban el matrimonio como una institución poco atractiva.
A la vistas de estos datos, Wilcox concluye que al redefinirse el concepto de matrimonio en términos exclusivamente románticos, los grandes perdedores han sido las personas de bajos ingresos. En cambio, los que tienen un nivel de estudio alto están volviendo ahora al modelo institucional de matrimonio.
En otras palabras, la progresiva desinstitucionalización del matrimonio –que en su día se defendió como un proceso para “democratizar el amor”– no sólo no ha extendido la igualdad de oportunidades, sino que ha abierto un nuevo frente en la brecha entre ricos y pobres: la desigualdad matrimonial.

Extracto del artículo “El amor romántico, un soporte frági” de Juan Meseguer Velasco/Aceprensa