Sí, lo que se ve en la imagen es una boda estilo “La guerra de las galaxias”. No es la única, las hay para todos lo gustos –generalmente con inspiración cinematográfica–, y en estas celebraciones incluso los invitados se unen al motivo disfrazándose como en carnaval.
No sé si esto se llama una boda “de género”. De lo que no hay duda es de su ridiculez. En cuanto a boda, claro está, porque por lo demás yo también soy fan de Star Wars y del Señor de los anillos, y no me importaría jugar a ello un rato. Pero una boda de disfraces es más que extravagante, y me hace dudar mucho de la seriedad de la celebración (que conste que la doctrina Jedi es religión en algunos países, pero eso es otra cuestión, no menos ridícula).
No era bastante con casarse en vaqueros y en la playa, aquello sólo era el principio; luego vinieron las bodas en paracaídas o bajo el agua; y ahora la moda es ésta, rizando el rizo. Muy sintomático de la valoración social del matrimonio, o de cierta valoración cada vez más extendida, como una especie de juerga o acontecimiento festivo y empalagoso que ni quita ni pone nada al amor de una pareja, pero es la perfecta excusa para celebrar su cariño con los amigotes.
Una cosa es que una boda tenga su fiesta, que debe tenerla, porque hay mucho que celebrar, y otra que se reduzca a pura diversión. Porque en ella se fija un compromiso, que da lugar a un vínculo, y se pretende que a una familia, que es cosa seria y de gran repercusión. Claro que si esto no está en la boda, entiendo que no se tome en serio; pero entonces tampoco entiendo qué es lo que se celebra (imagino que tampoco esos contrayentes entienden lo que es el matrimonio, y lo confunden con una mascarada).
Hace tiempo que vengo comprobando, casi sin error, que existe una relación directamente proporcional entre la cantidad de estupideces y pasteleos que rodean una boda y el fracaso del matrimonio (a mayor número, más rapidez en alcanzarlo).
No sé si esto se llama una boda “de género”. De lo que no hay duda es de su ridiculez. En cuanto a boda, claro está, porque por lo demás yo también soy fan de Star Wars y del Señor de los anillos, y no me importaría jugar a ello un rato. Pero una boda de disfraces es más que extravagante, y me hace dudar mucho de la seriedad de la celebración (que conste que la doctrina Jedi es religión en algunos países, pero eso es otra cuestión, no menos ridícula).
No era bastante con casarse en vaqueros y en la playa, aquello sólo era el principio; luego vinieron las bodas en paracaídas o bajo el agua; y ahora la moda es ésta, rizando el rizo. Muy sintomático de la valoración social del matrimonio, o de cierta valoración cada vez más extendida, como una especie de juerga o acontecimiento festivo y empalagoso que ni quita ni pone nada al amor de una pareja, pero es la perfecta excusa para celebrar su cariño con los amigotes.
Una cosa es que una boda tenga su fiesta, que debe tenerla, porque hay mucho que celebrar, y otra que se reduzca a pura diversión. Porque en ella se fija un compromiso, que da lugar a un vínculo, y se pretende que a una familia, que es cosa seria y de gran repercusión. Claro que si esto no está en la boda, entiendo que no se tome en serio; pero entonces tampoco entiendo qué es lo que se celebra (imagino que tampoco esos contrayentes entienden lo que es el matrimonio, y lo confunden con una mascarada).
Hace tiempo que vengo comprobando, casi sin error, que existe una relación directamente proporcional entre la cantidad de estupideces y pasteleos que rodean una boda y el fracaso del matrimonio (a mayor número, más rapidez en alcanzarlo).