EL periódico ABC, en su
publicación del 18 de noviembre de 2012, recoge un artículo titulado “Veinte
maneras de complacer a tu pareja”.
El artículo versa sobre la forma
ideal de mantener la llama del amor encendida, en base a una serie de consejos
que la autora Lucy Sanna recoge en su libro “Cómo enamorar cada día al hombre
al que amas”.
Lejos de vararnos en el título
del libro, poco apremiante pues tanto el hombre como la mujer deben enamorar al
otro, trata de dar ciertos consejos sobre cómo conseguir alcanzar la atención
del compañero/a con el que uno comparte su vida, y cómo mantener viva, cierta
llama del amor, a la que muchos ya desde jóvenes le ponen fecha de caducidad.
Y aunque en consonancia con Lucy
comprendo que hay que trabajar el amor, creo que tan importante como cuidarlo
es iniciarlo. El problema de nuestra sociedad actual no se halla en que el amor
no se conserve, sino en la forma de iniciarlo, o mismamente de querer iniciarlo.
El amor no surge una noche en una discoteca, entregando primero el cuerpo y, ya
a posteriori, el alma. Alterar el orden de los factores aquí si altera el
producto. Pues a todas luces, ese amor nunca llegará a buen puerto, por la
única razón de que jamás nació. Distínganse pues los sentimientos de las
pasiones.
Partiendo de esta realidad, la
sensación al leer estas breves líneas citadas del libro de Lucy, es que
enamorar debe ser algo premeditado, y trabajado día a día. Y en cierto modo, no
le falta razón. Valga el símil de una llama que prende encendida mientras se
evitan las corrientes de aire. Para el amor sucede lo mismo. Es necesario
evitar cada día, minuto y segundo que una corriente pueda llevarse de un
plumazo un ambiente de enamoramiento que ha costado años de trabajo.
El amor es eso que muchos de los
humanos tienen como tarea pendiente cuando se predisponen a unirse a otra
persona, esperando que todo les venga rodado. Esta opinión del concepto amor,
en el que todo será maravilloso sin tener que preocuparse por hacer nada para
mantener ese hermoso sentimiento, es el que lo condena a él, y a la pareja que
lo engendra, a la muerte más súbita que podamos imaginar.
El amor conlleva desde su inicio
(con la atracción por una persona y por su forma de ser, por su esencia) la
necesidad de dedicación, entrega, tiempo y cariño, aparte de una gran dosis de
ilusión por mantenerlo. Es un trabajo, SÍ, y en esto coincido con la autora,
pero también debe ser una satisfacción. Es por así decirlo el trabajo que más debe motivar a una persona, y el que más satisfacciones aporta,
partiendo de la sólida verdad de que cuando elegimos pasar el resto de nuestra
vida con una persona, es porque realmente sentimos algo tan inmenso por ella,
que dejamos de ser nosotros para convertirnos en uno solo.
Concebir ese amor maravilloso es
llegar a entender que, en este mundo, no hay rosas sin espinas, y aquella que
no las posea, sencillamente no es una rosa.
(Autora: María Gallego García)