José Manuel Rey, profesor del Departamento de Análisis Económico de la Universidad Complutense de Madrid ha elaborado un modelo matemático en el que emplea la Segunda Ley de la Termodinámica y ecuaciones de control del ámbito de la ingeniería para explicar la razón de las rupturas de las relaciones amorosas. Según sus resultados, mantener el amor a largo plazo «es algo muy costoso y, con excepciones, casi imposible».
El trabajo del profesor ha sido publicado en una revista científica y utiliza como fundamento lo que los psicólogos llaman la segunda ley de la termodinámica de las relaciones sentimentales. “En el mundo de la física, un recipiente que está caliente tiende a enfriarse de manera espontánea si nadie lo mantiene con calor; con las relaciones pasa lo mismo, hay que cuidarlas”, explica el profesor. El investigador aplica la teoría del control óptimo para conocer cómo debe ser ese esfuerzo.
La fórmula matemática razona la causa de las rupturas. Para empezar, “la manera de regar el jardín, de mantener nuestra relación, es muy particular. Cada pareja debe descubrir su patrón específico, que no es evidente”, comenta Rey. También añade que “uno debe conocer cuánto está dispuesto a esforzarse por mantener la relación... Esto es perverso, porque sea lo que sea, siempre será insuficiente” y expone que “cuando uno se esfuerza algo menos, hay una inercia a la dejadez”.
El modelo es bastante desalentador, “especialmente si lo aplicamos a la sociedad en la que vivimos, en la que prevalecen las políticas de poco esfuerzo y mucha recompensa”, medita José Manuel Rey. A pesar de todo, siempre queda una ventana abierta a la esperanza. “Hay personas que lo consiguen, pero si preguntas a las parejas que llevan 40 años juntas y felices, seguro que no te van a decir que ha sido gratis”.
Otros investigadores con anterioridad también han estudiado la curiosa relación entre el amor y las matemáticas. Un profesor universitario australiano, Tony Dooley, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, también llega a la conclusión de que la gestión del amor se guía por una fórmula matemática. El amor entendido en sentido estricto, no el amor pasajero sino el que desemboca en el matrimonio. El cálculo se hace a partir de dos variables: la edad a la que persona comienza a buscar pareja estable y la edad máxima a la que quiere casarse.
Paul Diffloth, matemático y sociólogo, autor de “Ensayos sobre la matemática del amor” (1907), apuntaba que la duración de un amor depende de la importancia relativa de los dominantes: corazón, sentidos, espíritu.
Por último, cabe plantearse si es el amor como sentimiento es el único que se configura como un componente más que se deja llevar por la lógica de las matemáticas quedando inmerso en las reglas algebraicas o de probabilidad, por ser aleatorio o si cabría incluir el amor como virtud, el de entrega sin esperar nada a cambio, que deja su carácter de sentimiento para convertirse en una constante.
El trabajo del profesor ha sido publicado en una revista científica y utiliza como fundamento lo que los psicólogos llaman la segunda ley de la termodinámica de las relaciones sentimentales. “En el mundo de la física, un recipiente que está caliente tiende a enfriarse de manera espontánea si nadie lo mantiene con calor; con las relaciones pasa lo mismo, hay que cuidarlas”, explica el profesor. El investigador aplica la teoría del control óptimo para conocer cómo debe ser ese esfuerzo.
La fórmula matemática razona la causa de las rupturas. Para empezar, “la manera de regar el jardín, de mantener nuestra relación, es muy particular. Cada pareja debe descubrir su patrón específico, que no es evidente”, comenta Rey. También añade que “uno debe conocer cuánto está dispuesto a esforzarse por mantener la relación... Esto es perverso, porque sea lo que sea, siempre será insuficiente” y expone que “cuando uno se esfuerza algo menos, hay una inercia a la dejadez”.
El modelo es bastante desalentador, “especialmente si lo aplicamos a la sociedad en la que vivimos, en la que prevalecen las políticas de poco esfuerzo y mucha recompensa”, medita José Manuel Rey. A pesar de todo, siempre queda una ventana abierta a la esperanza. “Hay personas que lo consiguen, pero si preguntas a las parejas que llevan 40 años juntas y felices, seguro que no te van a decir que ha sido gratis”.
Otros investigadores con anterioridad también han estudiado la curiosa relación entre el amor y las matemáticas. Un profesor universitario australiano, Tony Dooley, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, también llega a la conclusión de que la gestión del amor se guía por una fórmula matemática. El amor entendido en sentido estricto, no el amor pasajero sino el que desemboca en el matrimonio. El cálculo se hace a partir de dos variables: la edad a la que persona comienza a buscar pareja estable y la edad máxima a la que quiere casarse.
Paul Diffloth, matemático y sociólogo, autor de “Ensayos sobre la matemática del amor” (1907), apuntaba que la duración de un amor depende de la importancia relativa de los dominantes: corazón, sentidos, espíritu.
Por último, cabe plantearse si es el amor como sentimiento es el único que se configura como un componente más que se deja llevar por la lógica de las matemáticas quedando inmerso en las reglas algebraicas o de probabilidad, por ser aleatorio o si cabría incluir el amor como virtud, el de entrega sin esperar nada a cambio, que deja su carácter de sentimiento para convertirse en una constante.
(Autora: Cristina I. Ortega Martos)