El grado de superficialidad del amor en nuestros días hace honor al nombre con que habitualmente se designa a las parejas: relaciones sentimentales. Si se piensa un poco, lo sentimental, que puede ser bonito, no deja de constituir un aspecto abstracto, inaprensible y… caduco. Los sentimientos van y vienen, llegan y pasan, o al menos se transforman, como todo lo que tiene un origen difuso y que no controlamos. Sobre ellos se puede pasar un buen rato, una época dichosa, o vivir un sueño, pero no comprometer dos vidas, construir un hogar o formar una familia, porque sus características son demasiado movedizas para edificios tan sólidos.
Hay una variante de lo sentimental, todavía más frágil y a la vez más egoísta, y lo vemos cuando se describen las relaciones de pareja como un “estar a gusto”. Es habitual que se valore con estas palabras la situación sentimental por la que pasa una persona, incluso es frecuente que ése sea el objetivo que persigue una pareja, como si en vez de casarse con su novio o novia pretendieran comprarse un sofá. Ni el mejor sofá dura toda la vida, y tampoco una relación es inmortal si lo que se quiere de ella es meramente disfrutar, porque con ese planteamiento se están descartando, desde el inicio, los aspectos incómodos o sacrificados de la vida conyugal, que van de suyo, o sea que son inevitables, y quien no esté en disposición de aceptarlos se retractará de su palabra dada al contraer matrimonio.
El colmo de esta idea lo he visto hace un momento, cuando un famoso ha sido preguntado en la tele por la situación de sus hijos, una vez que se ha divorciado. Y su respuesta ha sido que “lo importante es que estén a gusto”. Si a esto se reduce la familia, si a esto se reduce la educación y a esto se reduce el amor, no es de extrañar que cada vez haya menos familia, menos educación y menos amor. No son aspectos compatibles con la sola voluntad de estar a gusto.
Hay una variante de lo sentimental, todavía más frágil y a la vez más egoísta, y lo vemos cuando se describen las relaciones de pareja como un “estar a gusto”. Es habitual que se valore con estas palabras la situación sentimental por la que pasa una persona, incluso es frecuente que ése sea el objetivo que persigue una pareja, como si en vez de casarse con su novio o novia pretendieran comprarse un sofá. Ni el mejor sofá dura toda la vida, y tampoco una relación es inmortal si lo que se quiere de ella es meramente disfrutar, porque con ese planteamiento se están descartando, desde el inicio, los aspectos incómodos o sacrificados de la vida conyugal, que van de suyo, o sea que son inevitables, y quien no esté en disposición de aceptarlos se retractará de su palabra dada al contraer matrimonio.
El colmo de esta idea lo he visto hace un momento, cuando un famoso ha sido preguntado en la tele por la situación de sus hijos, una vez que se ha divorciado. Y su respuesta ha sido que “lo importante es que estén a gusto”. Si a esto se reduce la familia, si a esto se reduce la educación y a esto se reduce el amor, no es de extrañar que cada vez haya menos familia, menos educación y menos amor. No son aspectos compatibles con la sola voluntad de estar a gusto.